PEQUEÑOS DIOSES

 

A propósito de un poema de Gil de Biedma

 

A veces, sólo es necesario un segundo para entender que la vida va en serio, que no se comprende más tarde.

Aquella mañana, como todos los otros jóvenes, él venía a entregarse al vacío desde el puente, a saltar por delante, a burlar la gravedad en el último momento con el freno de una cuerda.

Quería sentir la adrenalina, colmarse de orgullo y de  gloria, notar algo parecido a lo que sienten los dioses cuando son adorados.

Para él, el miedo, el riesgo y la muerte eran sólo efímeros compañeros de viaje, importantes durante el camino, pero pronto olvidados al desaparecer.

¿Cuánto dura un salto? ¿Tres, cuatro, cinco segundos? ¿Uno?

En aquel mínimo espacio de tiempo asomó la desagradable verdad. Y miedo, muerte y cuerda se unieron a él acompañándole hasta el fondo del río para no abandonarle nunca más.

 

 

 

 

 

 

 

 

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