Nunca había visto tantas perdices juntas dentro de una casa, y no sólo pájaros, también nidos, huevos, plumas. Era la víspera de la Fira de la Perdiu de Vilanova de Meià y Gaspar Burón se encargaba de toda la ornamentación del pueblo. En su casa empezaba La Fira, y pájaros de yeso, de papel, de cartón esperaban quietos, obedientes a que les fuera asignado un acomodo en las plazas y calles del pueblo.
Él es un artista que trabaja así, se sumerge en lo que hace, se da a ello hasta fundirse en su obra y su obra forma parte de él, por eso los materiales que utiliza son materiales vividos, encontrados en el bosque, creados por las llamas del fuego que arde en la chimenea de su casa, embalajes, cartones de la vida diaria transformados por su alquimia interna.
Este fin de semana participó en una exposición colectiva en Barcelona, en un lugar muy suyo, en su Atanor, su taller de trabajo. Su obra impacta nada más verla al entrar. Ocupa toda una pared.
Es inquietante y uno no sabe por qué, no es por lo grande, está formada por figuras relativamente pequeñas. No son los colores azules, marrones y blancos, porque son suaves y combinan bien entre sí. No es por el material utilizado de envoltorios cotidianos que son tan armónicos que hacen que su origen pase desapercibido.

Cuando explica su significado se entiende: Es el Alzehimer.
Como profesional sé que esa enfermedad es una degeneración neuronal debida a depósitos de amiloide en el cerebro que destruye las sinapsis y hace que las neuronas no se comuniquen entre sí, como hija de alguien que la padece sé que es como si la información nadara a la deriva en el cerebro hasta acabar naufragando. Los demás síntomas todos los conocemos. Sí, Ese cuadro es el Alzehimer.
Gaspar Burón nada en esas aguas para sobre vivir a la desintegración, al olvido de las personas amadas cuando la vejez las transforma en seres sin pasado, sin casi presente, con una realidad futura inexorable, aunque liberadora.

Cuando todo ha pasado los trazos dejan una estructura que es capaz de resucitar la vida. Son los recuerdos que ellos imprimen en nuestra memoria.
Aún conmovida, me giro y veo entre sus demás obras una foto extraña. Son las marcas que deja en la pared el polvo, las palabras que han sido dichas, lo que se ha vivido. Es la huella que queda cuando lo que nos acompaña se va.

Porque nada desaparece para siempre.
Felicidades por esta entrada-reflexión. Me ha gustado mucho.
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Gracias Yolanda. A veces del dolor nacen cosas bellas. Un abrazo.
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¡Cuánta razón tienes!
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¡De qué forma más bella nos desvives la enfermedad a través del arte! Y, como finalizas en tu entrada, ¡nada desaparece para siempre!
Un abrazo Carme
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Muchas gracias por recoger mi voz.
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Gracias a ti por compartirla Carme
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Me encanta tu escrito!
Yo también conozco la obra de Burón y, por casualidades de la vida, yo también estuve este fin de semana en el taller de los tres artistas, invitada por Xavier Masero. Hubiera sido sorprendente que, sin saverlo, nos hubiéramos encontrado allí.
Besitos casuales.
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Los dedos me han traicionado y he puesto una V sabiendo que «saverlo» se escribe con B 😀
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¡Qué casualidad, Chelo! Son maravillosos los tres. Un beso y un abrazo fuerte, fuerte!!
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Ah, y nada de traición por poner v por b, siempre he pensado que era una trampa y una felonía eso de ponerlas una al lado de otra en el teclado.
Un beso
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gracias por compartir
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Gracias a ti por leerlo.
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Una intro preciosa, tierna y de verdad. Como Burón. Y ese color descolorido de sillones verde lechuga, y cuadros ausentes de marco dorado. Gracias Gaspar por crear arte que conmueve realidades a veces ausentes
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Gracias, Ana por compartirlo. Un abrazo
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