La buena poesía consigue poner en palabras lo más profundo del sentimiento, lo que uno siente y no sabe decir. No se necesita entender, pasa y ya está.
Descubrí hace poco a Kathleen Raine (Londres, 1908-Londres, 2003). Poeta sencilla, lacónica, sin artificios rimbombantes, una creadora que se aleja de las modas y del positivismo del siglo XX. Decía que la literatura no debía ser objeto de estudio en la universidad, sino parte de la vida de cualquier persona. Entendía el arte y la poesía como una necesidad vital con un gran poder para educar y sanar, pura espiritualidad, el «Anima mundi».
Podría mencionar su extensa obra poética, autobiográfica, su conocimiento sobre Blake y Yeats, pero creo que es mejor compartir este fragmento de un poema que me atrapó e hice mio desde sus primeras palabras.
¿A estas alturas, por quién,
a quién hablo? ¿Por el viejo, por el joven,
o por nadie? A ninguno
de ellos: desde el eterno al no nacido, al imperecedero
hablo, yo, que estoy sola
en un tiempo y un lugar donde nadie
me encontrará, yo, que ya no estoy aquí,
cuando tú, quienquiera que seas,
viejo, joven, a medio camino por la vida
estés conmigo en este no lugar, en este no tiempo
infinito, donde cada uno es, quien un instante aguanta,
como yo ahora en tu corazón, el orbe.
Igual que tú soy
cáliz de corazón, lleno un instante
de océano y aire y luz,
este cuerpo, este cáliz que se desborda
con la Presencia única, se irá,
disuelto una vez más, y una vez más y una vez más
gota en el océano,
será uno contigo, nunca más
esta mujer cuya mano escribe palabras no mías,
legadas por la multitud de los que una vez vivieron,
aquellos que conocían, amaban, comprendían y nombraban
saberes transmitidos
a los que han de llegar, cuyos rostros no veré,
y, sin embargo, al tiempo que escribo estas palabras, soy ya uno con ellos.
(Testimonio)

