
Mes: diciembre 2019


Los pueblos sin leyendas se mueren de frío

En el subsuelo de la región hay grandes reservas de petroleo, gas, carbón, oro, plata y en él se encuentran el 20% de los diamantes del mundo.
La república de Sajá-Yakutia es seis veces más grande que España pero cuenta con menos de un millón de habitantes. En invierno a penas tienen tres horas de luz al día.


Pero sus habitantes se han reinventado fomentando los deportes de riesgo extremo.
Oimiakón es un sitio en donde es muy difícil vivir, pero a pesar de todo muchos de sus pobladores sobrepasan los cien años. Es un pueblo vivo que tiene una leyenda:
Se cuenta que Chysjaan, un personaje que viene de los hielos, cada año surge del océano Ártico y que con su respiración va llevando el frío a la tierra. Así se inaugura y se bendice la llegada del invierno. Sus habitantes saben si el invierno será duro mirando la longitud de sus cuernos. Luego ‘El señor del frío» inaugura el árbol navideño de la aldea y se retira a su morada.

Ya lo dijo el célebre historiador y filólogo francés G. Dumézil (1898- 1986) estudioso de las sociedades y las religiones indoeuropeas:
«Los pueblos sin leyendas se mueren de frío».


Los que no se fueron
Hay un pueblo bellísimo de la sierra de Francia en Salamanca que está tapizado de retratos de personas. Es Mogarraz.
Está en el Parque Natural de Las Batuecas y gracias a su aislamiento geográfico ha conservado intacto su encanto de villa medieval a través de los años.
Pero hoy además de por sus características arquitectónicas y paisajisticas es admirado porque en las paredes de sus casas están pintados muchos de sus antiguos habitantes.
Todo empezó en 2012 con la exposición Retrata 2/388, un proyecto artístico de Florencio Maíllo.
Trescientas ochenta y ocho pinturas sobre chapas metálicas reutilizadas, con las que antaño sus habitantes protegían las casas de las inclemencias climatológicas; fueron realizadas con la técnica de la encáustica, que consiste en mezclar cera caliente como aglutinante con los pigmentos cromáticos para así resultar más densa y resistente.
Florencio usó como referencia cada una de las imágenes que tomó Alejandro Martín en el otoño de 1967 cuando fotografió por encargo, frente a una sábana blanca en la bodega de sus padres, a casi toda la población mayor de edad de Mogarraz para hacerse el carnet de identidad. El fotógrafo era un aviador del Ejército que años después se convirtió en el primer alcalde de la democracia de la localidad.
La muestra de Florencio Maíllo quiso homenajear a todas aquellas personas que en su mayoría no emigraron de la localidad.
Cada cuadro de la obra está colocado en donde vivían sus protagonistas cuando fueron fotografiados o en donde residen actualmente. Los que no tenían casa propia o tuvieron que venderla recubren los muros de la iglesia.
Cuando acabó la exposición el artista regaló los cuadros a los vecinos pero ninguno de ellos quiso descolgarla de las fachadas de sus casas. Incluso otras personas del pueblo quisieron ser pintadas. Hoy son más de seiscientos retratos los que habitan el pueblo como testigos mudos del presente y del pasado.