Mes: febrero 2021

El 9 de marzo a las 8.39 en la tumba de Saskia

Saskia Uylenburg (Leeuwarden, 1612-Amsterdam, 1642) fue la esposa de Rembrandt. Su historia es romántica y trágica. Estaban muy enamorados, pero ella enfermó poco después de casarse.

Rembrandt la dibujó justo después de pedirla en matrimonio con la flor en la mano que le regaló.

Debajo del retrato él mismo escribió: «Este es el retrato de mi esposa de 21 años, a los tres días de nuestro compromiso. El 8 de junio de 1633”.

Saskia aparece en muchos de sus cuadros como modelo, en escenas cotidianas o representando figuras mitológicas. En muchos de ellos lleva en la mano una flor, símbolo de la felicidad conyugal.

Saskia disfrazada como Flora (1634)

Tuvieron tres hijos que fallecieron poco después de nacer y uno que sobrevivió: Titus. Saskia murió al año siguiente, tenía 29 años, se cree que a causa de la tuberculosis, y fue enterrada en la Oude Kerk de Amsterdam. Rembrandt acababa de terminar su obra «Ronda de noche». En el cuadro aparece un ángel junto a las dos figuras centrales que emite luz propia. Su cara recuerda mucho a Saskia. Después de su muerte estuvo años sin pintar.

Pero la vida sigue y el pintor tuvo que cuidar del niño. La sirvienta Hendrickie Stoffels, se convirtió en su nueva compañera. No pudo casarse con ella porque hubiera perdido los derechos sobre la herencia de Saskia, quizás no quiso. Hendrickie murió en 1662 y Rembrandt se vio obligado a vender la tumba de Saskia para poder pagar su entierro.

La tumba de Saskia está en la Oude Kerk, en un lugar oscuro, pero cada 9 de marzo a las 8.39 de la mañana un rayo de sol la ilumina. Para agradecer esa luz y recordar a Saskia, cada año ese día y a esa hora se reúne gente en las afueras de la iglesia y se celebra un desayuno al sol.

las

Aleix Clapès. El pintor misterioso

El personaje del cuadro que presenta esta entrada no es Aleix Clapès, es el retrato que el pintor hizo de Manuel Dalmau Oliveres, pero nos abre la puerta al mundo tenebrista y simbólico del autor.

Autorretrato

Este sí es su autorretrato. Mirada brillante y dura, medio velado entre la luz y la sombra. Aleix Clapès (Vilassar 1846-Barcelona 1920). Fue uno de los representantes del modernismo catalán. Compañero de Ramón Casas, de Santiago Rusiñol, de Domènec i Montaner, amigo intimo de Gaudí y de Eusebi Güell, para quien colaboró y trabajó en el Palau Güell y en La Pedrera. De repente su amistad con los dos se rompió, nunca se supo bien porqué, se dice que porque no cumplía con sus trabajos, porque hacia lo que quería y tenía un carácter muy difícil.

Clapès era un pintor multidisciplinario, había sido fotógrafo, editor, propietario de una tienda de pinturas. Diseñó muebles, hizo tapices (muchos de ellos desaparecidos), incluso ganó un premio en un concurso de poesía en el que Àngel Guimerà estaba de jurado con su obra «Mar Latino»

Hace unos días pude admirar su pintura en la exposición que hay sobre él en el Palau Güell de Barcelona («El inquietante pintor de Güell y Gaudí», Dic 2020 – Mayo 2021). Me impresionó lo fantasmagórico de sus retratos. Es como si pintara espíritus, personas difuminadas y esquivas, todas ellas inquietantes.

Parte de su leyenda dice que en 1920 León Trotski adquirió uno de sus cuadros «El peón» para exponerlo en el Kremlin y que poco después el mismísimo Stalin le escribió para elogiar y comentar la obra. No se conserva la carta ni se sabe nada del cuadro.

Clapès fue una figura de extremos, ganó mucho dinero y acabó en la ruina, fue ensalzado como un genio y denostado y rebajado por otros. El crítico Ramón Casellas era un entusiasta de su arte mientras que Feliu Elias le calificaba de «calamidad plástica» y de «energúmeno sin humanidad ni maneras»; y Picasso y Casagemas se referían a él como «el loco de Clapès».

Aleix Clapès murió el 17 de septiembre de 1920, a los 64 años, mientras decoraba el vestíbulo y la escalera del manicomio del hospital de la Santa Creu.

Una de sus pinturas más emblemáticas, de grandes proporciones (2.5m x 6.80m) «Traslado de los restos de Santa Eulalia» está expuesta en la Sala de Actos del Hospital de Sant Pau.

Quizás tuvo una personalidad complicada, pero eso es algo inherente a los grandes creadores, a la gente capaz de tocar el cielo y el infierno con el mismo dedo.

Flores del vestíbulo de La Pedrera pintadas por Aleix Clapès.

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Durante más de cinco años he estado escribiendo una entrada semanal en este blog. Cada miércoles. Nunca fallaba, ni durante las vacaciones, ni cuando estaba enferma, ni durante los viajes.

He escrito desde Creta, desde La India, desde Albania, desde  montañas y playas. Durante el primer confinamiento escribí acerca de personas que vivieron encerradas y que la inspiración no les abandonó, sino que pudo incentivarlos.

Pero hace poco, un día al despertar no supe qué escribir. Intenté seguir hablando sobre las cosas que me gustan y que me emocionan, sin pretensiones, como siempre, de una manera escueta, abriendo pequeñas ventanas para que puedan entrar las ideas mezcladas con el aire. Pero nada. Solo podía mirar al techo.

Y me pregunté para qué o quién debía de seguir haciéndolo, ¿tenía algún sentido?. Porque un blog no deja de ser como disparar a ciegas, nunca sabes en donde impactará tu escrito, ni tan siquiera si de verdad lo leerá alguien. ¿Valía la pena?

No sé qué ha pasado, quizás nada, pero hoy he deseado volver al blog y aquí estoy. La situación externa no ha cambiado, incluso en el sitio mágico en donde casi siempre escribo sigo obligada a llevar mascarilla.

No hace falta entender. Quizás uno siempre escribe para sí mismo. Qué más da.