Mes: marzo 2021

Un viaje psicodélico. Wes Wilson

Wes Wilson (Sacramento, 1937- Missouri 2020) fue un artista y diseñador que incorporó la psicodelia en su obra, especialmente a los carteles.

Eran los años sesenta, la época del espíritu hippie, del pacifismo, de la imaginación al poder. Todo era posible, se valoraba la Utopía y los jóvenes se manifestaban en contra de las guerras y las injusticias en el mundo. Él supo trasladar esa filosofía a sus posters.

Hizo su primer cartel en 1965 como protesta por la Guerra de Vietnam. En él unificaba las Barras y Estrellas de la bandera americana con la Svástica. Solo tenía escritas dos frases: Are we next? (¿Somos los siguientes?) y Be Aware (¡Mantente alerta!).

“Estoy muy contento de haber hecho algo muy significativo para expresar mi estupor y angustia como norteamericano acerca de ese costoso error ético que fue la guerra de Vietnam.”  W. Wilson.

El impacto que provocó, a pesar de su simplicidad, hizo de Wilson un símbolo, todos los que compartían sus ideas le encargaban proyectos. Músicos como Otis Redding, Jefferson Airplane, Grateful Dead… Incluso los Beatles le encargaron el póster para su último concierto el 29 de agosto de 1966 en el Candlestick Park de San Francisco.

Creó un nuevo estilo. Sus colores eran brillantes y muy contrastados los unos con los otros, el texto llenaba casi todo el espacio y las letras se retorcían, se curvaban dando la sensación de movimiento, de alucinación. Sus carteles te metían dentro de ellos, te hacían bailar. Mareaban.

Ese formato de fuente tipográfica no era casual, era algo intencionado. Wilson decía que esa confusión obligaba a la gente a pararse para leer y concentrarse en lo que se anunciaba.

Wes Wilson falleció a los 82 años en su granja de Leanne (Missouri). Su obra no solo fue pictórica, fue capaz de transmitir visualmente el espíritu de los años 60.

Tocar a un dios

En Perú está la cuna de la cultura Chavín (1500-300 ac), en la localidad de Chavín de Huántar. Dentro de un templo sagrado al que llaman “El castillo” que tiene forma de pirámide truncada está “El Lanzón”. Es un monolito de más de cuatro metros grabado con símbolos geométricos ancestrales al que ofrendaban la sangre  de las víctimas sacrificadas en su culto. El precioso fluido iba recorriendo todas sus formas confiriéndole el poder de la vida.

El Lanzón, no era un símbolo, no era una representación de la divinidad. Era Dios.

Estaba al final de un laberinto pétreo contenido en la pirámide real, iluminado por estratégicas aberturas en las paredes y por antorchas. Solo podía ser visto por los sacerdotes, quizás también por las víctimas en sus últimos momentos.

Hace muchos años pude entrar allí, verlo con la luz del fuego prendido en las paredes, igual que lo vieron ellos, oler sus piedras milenarias. Recuerdo que pensé, pobre dios, ahora se puede pagar a un guía para que te lo muestre y explique su historia. ¿Cómo puede creer alguien que una piedra es la generadora de la vida, la protectora del orden cósmico, la energía máxima?

El espacio en donde estaba era muy estrecho, a penas cabíamos  dos personas a su alrededor. A pesar de mi juventud y de mi escepticismo el ambiente era extraño, asfixiante, nadie habló dentro, ni tan siquiera el guía. Ahora voy a tocar a Dios, pensé, a ver qué se siente. Alargué el brazo, empecé a acercar la mano que se reflejó en el ídolo bailando con la luz de las candelas de la pared. La sombra de mi mano estaba en él, dentro suyo. No sentí nada, pero me fue imposible tocarlo.

Para poseerlo, para retenerlo de alguna manera en mi, le hice una foto, una foto que salió mal, movida, desdibujada por la poca iluminación y la precariedad de la cámara. Ayer la encontré en un álbum antiguo. No, no pude tocar al dios, pero él me regaló algo. Al ver y tener en las manos aquella imagen volví a estar en Perú, volví a oler el templo, la sangre que corrió por sus grabados, el peso de la mochila en mi espalda, volví a tener veinte años.

Hilma af Klint. Pintando para el futuro.

Este cuadro (The Swam, nº 10) fue pintado por Hilma af Klint (Solna,1862- Danderyd1944) en 1915, antes de que Kandinsky, Mondrian y Málevich fueran conocidos como los precursores del arte abstracto. Esta artista sueca nunca expuso en vida. No permitió que su obra fuera vista hasta después de veinte años de su muerte. Creía que no la entenderían, que sería ridiculizada. Hilma era una pintora figurativa. Tenía más de cuarenta años cuando empezó a pintar de una manera no convencional para plasmar lo invisible, lo que está en la realidad, pero no se ve.

La muerte de su hermana pequeña le hizo buscar respuestas en el espiritismo y en la Teosofía,(muy populares en su época). Fue en una de aquellas reuniones, junto a cuatro mujeres más (el grupo de Las Cinco) en donde recibió el encargo de «Los altos maestros» de transmitir el mensaje que había recibido de los Médiums. Así nació la serie «Los cuadros para el templo» 193 obras iniciadas en 1906 y terminadas en 1915.

“Los cuadros fueron pintados directamente a través de mí, sin ningún dibujo preliminar y con gran fuerza. No tenía idea de lo que se suponía que representaban las pinturas; sin embargo, trabajé de forma rápida y segura, sin cambiar una sola pincelada”.

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Con sus abstracciones retrata la dualidad, materia-espíritu, lo femenino y lo masculino, el origen del mundo.​​

Fue en 1986 cuando su obra se expuso por primera vez. Obtuvo un reconocimiento inmediato, así el mundo supo que Hilma había sido la madre del arte abstracto.

Todo tiene su espacio en el tiempo, pero a veces no coincide con la propia vida. Ella lo entendió, supo que nunca vería reconocida su obra, que tenía que esperar y no dejarse influir por el espíritu de la época y ser una creadora libre. Al fin y al cabo qué importa esperar veinte años ante la Historia y la Eternidad.

La danza del polvo en los rayos del sol

Vilhelm Hammershoi (Copenhaghe 1864- Copenhaghe 1916) fue un pintor simbolista danés. Su obra es intimista, austera en colores y escenarios. Hammershoi pinta el interior de su casa en más de sesenta ocasiones, las paredes, los muebles; y en ella a su mujer Ida, a su hermana y a su madre, pero sobre todo pinta la luz, una luz capaz de transformarlo todo y de transmitir sensaciones como la soledad, la nostalgia, la ausencia.

En sus cuadros plasma lo doméstico, el día a día, las cosas en las que nunca nos fijamos, pero que nos acompañan, como la luz del sol de la mañana. Sus personajes son tranquilos, están serenos, contenidos, leen, miran por la ventana. Así definía lo que pintaba: «Tengo cariño por las casas y los muebles viejos, por el carácter tranquilo que esos objetos tienen”.

Interior de Strandgade (1901)

Recrea los ambientes con apenas cuatro colores, sobre todo con el blanco, del que utiliza casi las cuarenta clases que se conocen: blanco abedul, alabastro, albino, luna, nácar, nieve, perla, tiza…

Aunque fue reconocido en su época su fama no perduró, sus cuadros se consideraban decadentes ante los cambios que estaba experimentando el arte a principios del siglo XX. Hoy en día vemos su obra en el Museo de Orsay, de París, en la Tate de Londres y en el Museo Guggenheim de Nueva York.

La danza del polvo en los rayos del sol (1900)

La habitación está vacía, no hay nada ni nadie. Las personas que moraban en ella ya se han ido, han recogido sus enseres, quizás para no volver jamás, pero el sol sigue entrando, sigue transportando las diminutas criaturas de la luz dentro de la estancia, casi se pueden oler y tocar. La vida sigue después de la ausencia, en ese polvo eterno, principio y final de todo.

No puedo evitar asociar el cuadro «La danza del polvo en los rayos del sol» con las palabras de Carl Sagan al ver la fotografía de la Tierra desde la sonda espacial Voyager.

Foto de la tierra tomada por la sonda espacial Voyager. Un punto azul pálido.

«Mirad ese punto, esta aquí; es nuestra casa, somos nosotros. Todo lo que amas, todo lo que conoces, todo aquello de lo que has oído hablar, todos los humanos que han existido han vivido ahí sus vidas. Todo el conjunto de nuestras alegrías y sufrimientos, miles de creencias religiosas, ideologías y doctrinas económicas, todos los cazadores y presas, todos los héroes y cobardes, todos los creadores y destructores de civilizaciones, todos los reyes y mendigos, todas las jóvenes parejas enamoradas, todas las madres y los padres, niños felices, inventores y exploradores, todos los profesores de moral, todos los políticos corruptos, todas las «superestrellas», todos los «líderes supremos», todos los santos y pecadores de la historia de nuestra especie han vivido ahí… en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol».

Dos poemas de Joan Margarit

QUERRÁN QUE TE MUERAS

Oyes el mar tranquilo del crepúsculo,
que es mitad violoncelo y mitad órgano.
Oscurece. Como todos los viejos,
es tu propio final el que vigilas.
Mientras tanto, a lo largo de la playa,
el mar es una pieza de seda desplegándose.
Oyes las olas mientras van diciéndote
que querrán, los que te aman, que te mueras.
Y, si los amas, desearás morirte.
La lógica implacable del amor.
La lógica implacable de la muerte.
Alivio de saber que están tan juntos.

LA MUCHACHA DEL SEMÁFORO

Tienes la misma edad que yo tenía
cuando empecé a soñar en encontrarte.
Entonces no sabía, igual que tú
no has aprendido aún, que llega el día
en que el amor es esta arma cargada
de soledad y de melancolía
que está apuntándote desde mis ojos.
Tú eres la muchacha que busqué
cuando aún no existías.
Y yo el hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus pasos.
Pero estaré tan lejos de ti entonces
como estás tú de mí en este semáforo.

Joan Margarit (1938, Sanahuja-2021 Sant Just Desvern). Poeta bilingüe catalán, castellano. Premio Cervantes. Arquitecto (participó en la construcción de la Sagrada Familia). Catedrático de la UPC.

Pero sobre todo poeta. Poeta que une la vida y la muerte formando un mismo círculo. Poeta del amor y de la pérdida, del envejecimiento y del placer. Sí, parecen conceptos antagónicos, pero como el dice «Alivio de saber que están tan juntos».