Mes: mayo 2021

El órgano de papel de Leonardo da Vinci

En 1964 tuvo lugar un descubrimiento maravilloso. El jefe de la sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid encontró «Los Códices de Madrid» después de haber estado traspapelados durante más de trescientos años. Eran escritos y dibujos de Leonardo da Vinci. En ellos había notas, pensamientos, descripciones detalladas de artilugios mecánicos.

En el códice número II, en el folio 76 se encuentra un boceto para la construcción de un órgano de fuelle continuo, teclado vertical y tubos de papel, algo sumamente raro para la época. En aquel tiempo los órganos eran muy pesados y exigían mucho esfuerzo manual, este tenía la particularidad de al pesar poco se podía transportar.

En 1992 Joaquín Saura, constructor de instrumentos musicales y autor del «Diccionario técnico histórico del órgano español» consiguió descifrar el folio 76 y pudo construir el órgano siguiendo las pautas de Leonardo.

Todo ensamblaba a la perfección, todo encajaba hasta en los más mínimos detalles. El sonido del órgano era suave, recordaba a una flauta dulce. Así, tres siglos más tarde se pudo escuchar el órgano de Leonardo aunque él no hubiera escrito nunca música. Debió ser una de las pocas cosas que no se atrevió a hacer.


En 2019 para la conmemoración del V aniversario de la muerte de Leonardo la ciudad de Milán volvió a reproducir el instrumento. sonaba así.

«Los hombres geniales empiezan grandes obras, los hombres trabajadores las terminan.» Leonardo da Vinci.

Del circo al Metropolitan Museum de Nueva York. Suzanne Valadon

Esta es la historia de una mujer que siempre hizo lo que quiso. Se llamaba Suzanne Valadon (Haute-Vienne, 1865-Paris)

Nació en una familia humilde, su madre se fue a Paris cuando enviudó para trabajar de lavandera. A los dieciséis años tuvo un hijo al que le puso el apellido de un amigo y que luego sería el famoso pintor Maurice Utrillo.

A ella le gustaba el circo y consiguió ser trapecista en el Circo Medrano de Pigalle en donde se concentraba la Bohemia parisina. Allí conoció a Toulouse-Lautrec, Degas, Renoir que la admiraban por su talento con las acrobacias y por su belleza, pero un día una fatal caída acabó con su sueño y tuvo que dejar el circo. Sus amigos pintores la ayudaron a sobrevivir proponiéndola que posara como modelo.

Lavandera (Toulouse-Lautrec, 1884-1888)
La trenza (Auguste Renoir, 1886)
Mujer en la tina (Edgar Degas, 1886)

Las largas horas que pasó posando en los estudios hicieron posible que observara las técnicas, los materiales, los trazos de los artistas. Así aprendió a pintar. Degas la animó y la aceptó como alumna. Ella misma fue la modelo de sus propios cuadros, pintó su cuerpo, su «toilette», el baño de su hijo, pero sobre todo cuerpos femeninos desnudos.

En sus pinturas refleja pasión y su libertad, pronto estas son reconocidas en los ambientes artísticos de París por su naturalidad y por los trazos negros que perfilan las figuras dándoles fuerza. En 1894 cinco de sus dibujos se exponen en el salón de La Nacional.

En 1896 se casa con un agente de cambio y bolsa, `pero se separa unos años después para irse a vivir con un amigo de su hijo, mucho más joven, el pintor André Utter, al que retrata innumerables veces desnudo, lo cual fue un escándalo en aquel momento porque no era habitual pintar desnudos masculinos.

Uno de sus cuadros más celebres fue Adán y Eva (1909) en donde aparecen los dos juntos.

André no triunfa como pintor, pero hace de marchante de Suzanne y ayuda a que su obra sea reconocida, también representa al hijo de esta Maurice Utrillo.

En 1910 Suzanne amplia la temática de sus cuadros, pinta escenas familiares, paisajes, animales…

Retrato de familia (1912)

En 1914 movilizan a Utter en la Gran Guerra y justo antes de despedirse se casan. Cuando vuelve del frente se mudan a una mansión, tienen coche y una cabra en casa para que se vaya comiendo los dibujos y borradores desechados.

El tiempo pasa y la relación también termina, los últimos años de su vida los pasa junto a Gazi, un amigo al que conoció como guitarrista en un bar.

Suzanne Valadon muere en Paris el 7 de abril de 1938 a los 72 años en la ambulancia que la trasladaba al hospital tras haber tenido una hemorragia cerebral.

A su entierro en el cementerio de Saint-Ouen acudieron muchos de sus compañeros y amigos, André Derain, Pablo Picasso, George Braque.

Hoy sus obras se exponen en muchos museos del mundo, en el Centro George Pompidou, en el MET (Metropolitan Museum of Art de Nueva York).

A pesar de su brillante y exitosa trayectoria como pintora, de haber triunfado y de haber vivido según sus propias normas, pocas personas conocen su nombre y su obra, a veces es mencionada como la madre de Maurice Utrillo, aunque sea considerada una de las pintoras postimpresionistas más importantes del mundo.

Me desordeno, amor, me desordeno

Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.

Carilda Oliver Labra, Memoria de la fiebre, 1958

Carilda Oliver, nacida en Matanzas, Cuba (1922-2018), fue una de las más destacadas poetisas hispanoamericanas. Premio Nacional de Literatura (1998). Doctora en derecho civil, abogada de profesión, profesora de dibujo , escultura y pintura; y poetisa por naturaleza.

Fue el máximo exponente de la poesía erótica cubana. «La llamaban la novia de Matanzas». Podría hablar de sus logros, de sus innumerables reconocimientos, pero solo hace falta leerla para saber de ella:

A la esperanza vuelvo, a la madera…

A la esperanza vuelvo, a la madera
que construyó mis días importantes,
a la extraviada primavera
de antes.

A la justicia de mirarlo todo
como si me perteneciera,
que en fin de cuentas no hay un modo
de abandonar el hambre de la fiera.

Adiós

Adiós, locura de mis treinta años,
besado en julio bajo la luna llena
al tiempo de la herida y la azucena.
Adiós, mi venda de taparme daños.


Adiós, mi excusa, mi desorden bello,
mi alarma tierna, mi ignorante fruta:
estrella transitoria que se enluta,
esperanza de todo por mi cuello.


Adiós, muchacho de la cita corta;
adiós, pequeña ayuda de mi aorta,
tristísimo juguete violentado.


Adiós, verde placer, falso delito;
adiós, sin una queja, sin un grito.
Adiós, mi sueño nunca abandonado.

Así se describe y se siente:

Carilda

Traigo el cabello rubio; de noche se me riza.
Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto.
Guardo una cinta inútil y un abanico roto.
Encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza.

Cualquier música sube de pronto a mi garganta.
Soy casi una burguesa con un poco de suerte:
mirando para arriba el sol se me convierte
en una luz redonda y celestial que canta…

Uso la frente recta, color de leche pura,
y una esperanza grande, y un lápiz que me dura;
y tengo un novio triste, lejano como el mar.

En esta casa hay flores, y pájaros, y huevos,
y hasta una enciclopedia y dos vestidos nuevos;
y sin embargo, a veces… ¡qué ganas de llorar!

En una entrevista para la revista El Búho en 2010 decía así:

«La poesía para mí es la salud porque cuando escribo me siento muy bien. Una está como en una nube, con los versos una empieza a saber que una no es una, hasta que te sorprende la poesía. Ella es quien llega, ella es quien busca y ella llegó. Entonces tomo la pluma y trato de escribir y lo voy haciendo lentamente, a tientas, evitando la lupa, porque noto que la lupa entorpece mis ideas».

Como ella decía: «Una mujer que supo amar y supo contarlo».

El reloj floral de Carlos Linneo

Cuando no había relojes, el sol y la naturaleza señalaban el paso de las horas.

Todos los seres vivos tienen un ritmo que va variando según el momento del día, sobre todo el de las especies botánicas, este hecho da una información valiosa sobre algo tan preciso como es la hora.

Carlos Linneo (Rashult, 1707- Upsala, 1778) fue un científico, botánico y naturalista, especializado también en farmacia y medicina. Él creó la nomenclatura científica de todas las plantas conocidas en su día. Su tratado «Species Plantarum» (1753) nació de la necesidad de designar nombres universales para las especies, pues en cada pueblo, en cada país las plantas y las flores se llamaban de distintas maneras. Lo hizo usando el latín, poniendo en primer término el género escrito en mayúsculas y en segundo el nombre específico en minúsculas. Así se formó la guía universal del nombre de las plantas que se utiliza hoy en día.

Carlos Linneo

Una mañana paseando por el campo observó que cada flor se abría en un momento determinado y que era posible saber la estación del año, el mes y la hora exacta según el ritmo de apertura de las mismas. Esto tenía algunas variaciones según el lugar y el clima, pero funcionaba con tanta exactitud que le permitió crear un reloj hecho exclusivamente con flores.

En la naturaleza todo tiene propósito y sentido. Las flores se van abriendo a la luz según el biorritmo de los insectos que las polinizan.

El reloj floral está dividido en dos partes. En el lado izquierdo, empezando a las seis, se encuentran las plantas que se abren por la mañana. Algunas de estas serían:

5 y 6: achicoria, amapola y calabaza.

6 y 7h: crepis rubra, enredadera.

7 y 8h: lirio de la hierba, nenúfar, tusílago, alquimia, hipérico.

8 y 9h: anagalis, calta palustre, centaurea.

9 y 10h: betónica silvestre, margarita, caléndula.

10 y 11h: anémona de tierra, vinagrera, spergularia.

11 y 12 horas: tigridia, cerraja, aizoácea.

En el lado derecho, empezando por las doce:

12 y 13h: caléndula, petrorhagia.

13 y 14h: anagalis, hieracium.

14 y 15h: achicoria, diente de león, calabaza.

15 y 16h: lirio de hierba, tusílago, hieracium rojo.

16 y 17h: dondiego de noche, vinagrera, nenúfar.

17 y 18h: amapola.

Es un reloj bastante fiable, seguro que en el pasado muchas personas ya sabían leer en las flores lo que pasaba a su alrededor.

Hay una poesía de Jorge Guillén (1893-1984) que relaciona la naturaleza con el paso de las horas.

Las doce en el reloj:

Dije: Todo ya pleno.
Un álamo vibró.
Las hojas plateadas
Sonaron con amor.

Los verdes eran grises,
El amor era sol.
Entonces, mediodía,
Un pájaro sumió
Su cantar en el viento
Con tal adoración
Que se sintió cantada
Bajo el viento la flor
Crecida entre las mieses
,
Más altas. Era yo,
Centro en aquel instante
De tanto alrededor,
Quien lo veía todo
Completo para un dios.
Dije: Todo, completo.
¡Las doce en el reloj!

Jorge Guillen

No en vano para Guillén la plenitud del ser humano es estar en el mundo contemplando gozosamente la naturaleza.