Mes: junio 2021

LLanto. Ira. Ternura. La capilla del hombre

Oswaldo Guayasamín (Quito, 1919-Baltimore 1999) fue un pintor expresionista ecuatoriano cuya obra consigue revolver lo humano y lo divino.

“Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente”.

Sus cuadros reflejan el horror, el dolor y la miseria. Son violentos, a la vez que denuncian la violencia, están en lucha cuando sus figuras están en guerra. Gritan, se quejan del espíritu humano, de sus abusos, de la infancia maltratada por el hambre y por el hombre. Sí aterrorizan, pero a la vez atraen.

Fue un autor prolífico cuya obra transita por tres etapas: «Huacayñan» (Camino del llanto).

«La edad de la ira». Atormentada, comprometida, impactante.

Y ya en los últimos años de su vida en «La edad de la ternura» también llamada «Mientras vivo siempre te recuerdo» dedicada a su madre, a todas las mujeres y a la inocencia de los niños.

«Mi madre era como el pan recién salido del horno. Me dio las dos vidas que tengo. Era y sigue siendo una tierna poesía…”

Guayasamín en 1995 inició un proyecto cultural en Quito que recogería parte de su obra, su casa taller en donde vivía y trabajaba, y su tumba. Lo llamó «La Capilla del hombre», en ella no se invocaba a Dios sino a los seres humanos con sus grandezas y sus miserias. A la vez reivindicaba el continente americano, su fundación y su unidad. Contiene obras de gran formato en un espacio tan sobrecogedor como el arte que acoge.

Guayasamín no lo pudo ver acabado. El 10 de marzo de 1999 murió de un infarto en Baltimore, aquel mismo día mientras se realizaban unas obras en el recinto se descubrieron 13 tumbas prehispánicas y una importante área arqueológica dentro del complejo. La capilla del hombre fue inaugurada en 2002 y declarada por la UNESCO como Proyecto prioritario para la cultura y Patrimonio cultural del estado ecuatoriano. Dentro de ella siempre está prendida la llama por la Paz y los derechos humanos. Él reposa junto al árbol de la vida.

” Siempre voy a volver. Mantengan encendida una luz”.

QUITO: LA CAPILLA DEL HOMBRE DE OSWALDO GUAYASAMIN - YouTube

“Pese a todo no hemos perdido la fe en el hombre, en su capacidad de alzarse y construir; porque el arte cubre la vida. Es una forma de amar”

Leng Jun. La fuerza de lo real

Hay quien dice que el hiperrealismo no es arte, que tan solo es una reproducción muy bien conseguida de la realidad.

Solo hay que ver la obra de Leng Jun (Sichuan, China, 1963) para opinar lo contrario. Si hubiera sido un pintor del pasado que reprodujera escenas religiosas o épicas se le podría comparar con Miguel Ángel o Caravaggio.

Él no copia, crea de nuevo el mundo. Cuando empezó a pintar, en la escuela secundaria, en China no existían los óleos, un amigo le proporcionó las pinturas y para él fue un descubrimiento que le permitió pintar bodegones, objetos cotidianos, composiciones abstractas, para acabar con lo que él consideraba más difícil, retratar personas.

“Quiero llevar mi trabajo como artista y mis habilidades pictóricas a un nivel superior […] ¿Qué es lo más difícil de pintar? Sin duda pintar personas. Aunque me gusta pintar naturaleza muerta y materiales distintos, al estar estáticos y sin aparentes cambios en relación al tiempo, no hay ningún grado de complejidad en pintarlos. Pero en el caso de las personas, las emociones que puede representar hasta el mínimo cambio en una facción hacen que sea muy difíciles pintarlas. “

En 2004 con su obra «Mona Lisa» consiguió alcanzar el reconocimiento mundial. No hizo una copia, transportó el cuadro de Leonardo a la época actual.

Hay quien dijo que era tan perfecto que quizás su obra estaba realizada sobre fotografías. Pero hay muchos videos que demuestran como trabaja.

Hoy se le considera el mejor pintor hiperrealista del mundo.

¿Quién puede decir que no es arte conseguir captar una mirada como la de esta mujer? Es una mirada que te mete dentro de sus emociones, que te permite intuir lo que le preocupa, saber quien es, ver lo que ella ve.

Y es que en la mirada está la fuerza y la verdad.

Amad el arte, entre todas las mentiras es la menos mentirosa.” Gustave Flaubert




Transparencias.

Los pasos conocen nuestro abismo

El cuerpo pasea nuestro cielo

La tormenta va dejando pedazos de carne

Cada vez más difusa cada vez más lejana

Hay un principio de azul

En este paisaje terrestre

Y otro vindicador

Como un dedo amputado

Tan sólo ves es una mujer dando vueltas

Como un huso

Y copiando su delta

En el delta de las aguas.

(Eternidad)

Max Bletcher (1909-1938) fue un escritor y poeta rumano, ahora considerado de culto. Surrealista, existencialista, hermanado con Kafka y Ionesco por su visión paradojal y absurda del mundo y con Paul Celan con quien compartía raíces judías.

Una tuberculosis ósea cambió su vida a los 19 años e influyó de una manera decisiva en su obra literaria. Casi no se podía mover, el dolor, las deformaciones, las fracturas le obligaban a llevar un corsé de escayola y a desplazarse en un vehículo especial siempre en posición horizontal.

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El vestido del mar en la concha del zafiro mueves o deslizas

navío o acróbata, tú, río vertical con la diadema

del pelo azul cascada de helechos y de gritos

y de pronto un cristal se inclina, cambias tus transparencias

y eres una mujer muerta un fantasma con el vestido del mar

en la concha del zafiro, la palmera extiende el brazo y te

saluda, los buques transportan tus andares y las nubes

tu belleza hacia el crepúsculo.

(Extracto II de «Poema»)

Lo transparente deja pasar la luz. En la naturaleza hay una flor, La Diphylleia Gravi, que cuando recibe el agua de la lluvia se vuelve traslúcida como si fuera de cristal.

Los huesos de Max Bletcher se volvieron frágiles, casi vítreos a causa de su enfermedad dejando que la luz pasara a través de él y creando su poemario «Cuerpo transparente».

Antes de morir le susurró a su madre algo para que les dijera a sus hermanos:

 «Que se paseen por donde haya flores. Que cojan flores. Y de mí, olvidaos. Y me olvidaréis. Vale más llorar junto a una tumba que compadecer a un enfermo»

Hoy leer uno de sus poemas no despierta compasión por un hombre enfermo sino admiración, como tampoco nadie se apena al ver una de esas extrañas flores que al mojarse se vuelven transparentes, porque ambos son seres únicos y excepcionales.

Mi peluquero y Moby Dick

La primera vez que entré en la que ahora es mi peluquería fue por casualidad, estaba muy cerca de casa y en aquel momento no había nadie esperando a ser atendido, por lo menos acabaré pronto, pensé, total solo voy a cortarme las puntas, probaré.

El chico que la llevaba era un encanto, enseguida me transmitió confianza, pero cuando cogió las tijeras pasó algo que me hizo arrepentirme de haber entrado. Empezó a hablar por el móvil, con una mano me cortaba el pelo (supuse que con la más hábil) y con la otra resolvía por teléfono los problemas de canguro que tenía con sus niñas. No tan solo eso, empezó a entrar gente y por señas los iba situando en las sillas y no sé cómo subió un poco el volumen de la música relajante que estaba sonando.

Yo estaba como en la silla del dentista, sin moverme y deseando que terminara cuanto antes para salir corriendo y no volver más. Pero cuando acabó (más o menos las dos cosas a la vez) me di cuenta de que el corte de pelo estaba perfecto, tal y como yo lo quería. Le expliqué los recelos que había tenido y hablamos un rato, sin prisas a pesar de las dos personas que estaban esperando. Él era autónomo, tenía que hacer malabarismos, pero de momento podía con todo.

Y mira que hoy no he acertado con el Moby, siempre me entona para trabajar, pero este último disco es tan relajante que me pone nervioso. ¿No lo conoces, es genial?

En seguida me interesaron los dos (me encantan las paradojas), el peluquero y el músico. Moby, (Richard Melville Hall, Nueva York, 1965) cuando consulté sobre él vi que era un compositor de música electrónica y que sus melodías forman parte de nuestro imaginario por ser las bandas sonoras de series famosas y anuncios. Todo el mundo conoce su tema Porcelain.

Una de las series que le hicieron famoso fue Twin Peaks, con el tema Go.

Había colaborado con Eminem, Sinead O’ Connor, David Bowie… Una de las cosas que me sorprendió más fue que en 1917 había publicado su autobiografía «Porcelain» en la que narraba como había superado sus adicciones y se había hecho cristiano, abstemio y vegano. Fue un libro superventas. No es de extrañar, no en vano es el bisnieto de Herman Melville, sí, el autor de Moby Dick.

Muy interesantes los dos: Moby y Dani, mi peluquero.