Parece el título de una condena, pero no lo es. Es el cómputo del espacio temporal por el que ha transcurrido mi vida profesional. Hoy (y un día) le digo adiós sin pena, con la sensación de trabajo bien hecho, acompañada de muchas demostraciones de aprecio y reconocimiento por parte de las personas a las que he atendido.
Pero nadie lo entiende, ¿Por qué? Eres muy joven todavía. ¿Qué harás?…
Yo también me lo pregunto, pero sé que es el momento. Me siento agua, y el agua ha de correr, cuando se estanca pierde su esencia tarde o temprano. Me he pasado la vida cuidando a los demás, tratando sus enfermedades, oyendo sus problemas, ligada a ellos por lazos de afecto y responsabilidad. Ahora toca volar, flotar, aprovechar las corrientes aéreas o marinas para ver a donde me llevan, para ver a donde van.

Las posibilidades son infinitas, aunque no lo parezcan, como en el efecto Droste, aquel bote de cacao con una enfermera que ofrece chocolate en una bandeja que a su vez contiene la misma imagen más pequeña y así una y otra vez hasta el infinito. M. Escher lo aplicó muchas veces en su obra. Aunque no se vea todo el universo está allí.

Será ver el mundo con otros ojos, será estar dentro de él. No tengo una bola de cristal para ver el futuro y saber si irá bien o no. O quizás sí.

Sí, sí la tengo. Irá bien.