Horacio, el poeta latino del siglo l a.c., dedicó este poema a Leocónoe, una de las hijas del dios Neptuno en la mitología romana.
Son versos bellísimos que hacen reflexionar, pero que no transmiten tristeza porque son positivos y profundamente prácticos. En el fondo tranquilizan, no descubren nada terrible, uno ya sabe que va a morir, simplemente animan a vivir mejor:
ODA XI
No pretendas saber, pues no está permitido, el fin que a ti y a mi, Leucónoe, nos tienen asignados los dioses, ni consultes los números Babilónicos. Mejor será aceptar lo que venga, ya sean muchos los inviernos que Júpiter te conceda, o sea éste el último, el que ahora hace que el mar Tirreno rompa contra los opuestos escollos. Sé prudente, filtra el vino y adapta al breve espacio de tu vida una esperanza larga. Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso. Vive el día. Captúralo. No te fíes del incierto mañana.