Procesión

La promesa de Solivella

Allá por el año 1743 una epidemia de viruela devastó la población de Solivella, un pequeño pueblo de la Conca de Barberá en Tarragona, causando numerosas bajas sobre todo entre los jóvenes y los niños.

La gente del pueblo no sabía qué hacer, ya habían invocado a sus patrones protectores de la peste como a san Roque, san Antón, san Sebastián o a los santos San Cosme y Damián, los cuales tenían imágenes en la iglesia de Santa María de la cual eran copatrones, pero todo fue en vano, los niños y los jóvenes se seguían muriendo y eso era algo que una sociedad agrícola, que dependía de  básicamente de su futura mano de obra para sobrevivir, no se podía permitir.

Tenían que encontrar una solución mejor. Alguien pensó que por qué no dejarse de intermediarios y recurrir al mismísimo Jesucristo. En aquella época los responsables diocesanos predicaban las bondades del Sagrado Corazón de Jesús y su culto era muy popular por milagroso. Les pareció una buena opción y así lo establecieron.

Si remitían los males, cada año y a perpetuidad harían una misa solemne y una procesión por todas las calles del pueblo adornándolas con flores y en absoluto silencio. Ese día sería siempre el mismo y todo el mundo dejaría de trabajar para poder asistir y así agasajar al santísimo.

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Se eligió el 9 de septiembre porque era la fecha en la que se concentraban en el pueblo todos los payeses de esas tierras para pagar las contribuciones en grano y especies a los señores de Llorac propietarios de la villa. Aquel año la peste se acabó.

Esa tradición que en estos días ha cumplido los 274 años, aunque es probable que sea muy anterior pues la datación se basa en la fecha de los privilegios episcopales, papales y reales que seguramente se pidieron mucho después de los hechos y que se conservaron hasta la Guerra del Francés, se ha mantenido tal cual, incluso hoy en día si el 9 de septiembre cae en domingo se traslada al lunes para poder cumplir bien la promesa.

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La madrugada de ese día todos los habitantes del pueblo realizan alfombras con dibujos de colores en sus calles para que por ellas pase la procesión. En cada plaza y en muchas esquinas hombres, mujeres y niños escenifican cuadros plásticos de pasajes bíblicos contentos de tomar el relevo a todos aquellos que les precedieron.

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Este año he asistido por primera vez a esa ceremonia que renueva un pacto protector contra epidemias y desgracias de todo tipo. Una de las alfombras se solidarizaba con el dolor que hace muy pocos días sufrió mi ciudad. Sí, estaba dedicada a Barcelona.

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