Para Jung era uno de los arquetipos más poderosos porque en su fuego se contenía tanto la creación como la destrucción, la vida y la muerte.
Su leyenda aparece en casi todas las culturas: En China como Feng, en el antiguo Egipto como Benú, en México como Quetzacoal. En la China cuentan que existe un ave que al alcanzar 500 años de vida se inmola, en vísperas de la primavera, en un altar, siendo ella misma la que enciende el fuego. Al día siguiente, entre las cenizas, aparece una larva que luego se transforma en un pequeño pájaro y todo vuelve a comenzar.

En nuestra cultura el Fénix es un símbolo alquímico por excelencia. Herodoto ya hablaba de él, Dante lo mencionaba en el canto XXIV de la Divina Comedia, Quevedo compuso un soneto satírico acerca de su leyenda:
Ave del yermo que sola
haces la pájara vida,
a quien, una, libró Dios
de las malas compañías,
que ni habladores te cansan,
ni pesados te visitan,
ni entremetidos te hallan,
ni embestidores te atisban;
tú, a quien ha dado la Aurora
una celda y una ermita,
y sólo saben tu nido
las coplas y las mentiras…
Paul Eluard le dedicó una de sus más bellas poesías en su antología «Últimos poemas de amor»:
“El Ave Fénix”
Soy el último en tu camino
la última primavera y última nieve
la última lucha para no morir.
Y henos aquí más abajo y más arriba que nunca.
De todo hay en nuestra hoguera
Piñas de pino y sarmientos
Y flores más fuertes que el agua
Hay barro y rocío
La llama bajo nuestro pie la llama nos corona
A nuestros pies insectos pájaros hombres
Van a escaparse
Los que vuelan van a posarse.
El cielo está claro la tierra en sombra
Pero el humo sube al cielo
El cielo ha perdido su fuego.
La llama quedó en la tierra.
La llama es el nimbo del corazón
Y todas las ramas de la sangre
Canta nuestro mismo aire
Disipa la niebla de nuestro invierno
Hórrida y nocturna se encendió la pena
Floreció la ceniza en gozo y hermosura
Volvemos la espalda al ocaso
Todo es color de aurora.
Hay personas que poseen el espíritu del Ave Fénix. Víktor Frankl fue un neuropsiquiatra austríaco y el fundador de la logoterapia. Sobrevivió tras permanecer más de tres años en varios campos de concentración nazis, incluidos Auschwitz y Dachau. A partir de esa experiencia escribió el libro: El hombre en busca de sentido, en donde reconoce que, pese a todo, la vida es digna de ser vivida y que la libertad interior y la dignidad humana son indestructibles.
«Una experiencia traumática siempre es negativa, sin embargo, lo que suceda a partir de ella depende de cada persona».
