Cuando lo ves desde lejos parece un edificio en construcción, está en Serós (Lleida), entre campos de viñas y de olivos. Es el espacio transmisor del Túmulo Megalítico. Un museo diseñado por el arquitecto Toni Gironès (Badalona, 1965).
En el año 2007 cuando se realizaban unas obras en el canal Segarra-Garriges se descubrieron casualmente los restos de una tumba megalítica del tipo dolmen pirenáico. estudios posteriores determinaron que fue usada para enterramientos colectivos entre los años 2750 al 2000 aC. En ella se encontraron huesos humanos, objetos de metal, de bronce y cuentas de collares de conchas finamente trabajadas.
Pero lo excepcional no fue tan solo eso. Las grandes piedras cuadrangulares de las que se componía el dolmen estaban trabajadas con dibujos geométricos por ambas caras y eran muy anteriores a aquel período. Eran los fragmentos de tres estatuas-menhires que se destruyeron expresamente para construir la tumba y los dibujos representaban las vestimentas de los personajes a los que hacían referencia, en ellos se observaba claramente un cinturón y una capa similar a la que llevaba Ötzi el hombre de los hielos que vivió aproximadamente hace 3.350 – 3.100 años a.C.
Los fragmentos de tres estelas que formaban parte de un cromlec, una de ellas la que debía estar en el centro medía como mínimo siete metros de altura y pesaba alrededor de 5,5 toneladas. Es la más alta de todo el continente europeo. Están datadas entre 4000 y 3000 años a.C. (La pirámide de Keops fue construida sobre el año 2600 a.C.).
Para albergar este conjunto excepcional que abre muchos interrogantes sobre los antiguos pobladores de nuestro territorio se ideó un museo también excepcional.
Está hecho con ladrillos de obra vista, hierros para la construcción y botellas de cristal. Se ilumina por grandes lucernas que dirigen la luz del sol como si fueran potentes focos a las piezas expuestas. La ventilación en verano se consigue retirando algunas botellas estratégicamente situadas para crear corriente de aire, y en invierno se mantiene el calor tapándolas con corchos para así crear cámaras de aire caliente.
Pero sin duda lo mejor es cómo se accede al túmulo en donde están las estelas.
Es a través de un recorrido en forma de espiral cuadrangular formado por paredes de ladrillos con orificios. A medida que te adentras va disminuyendo la luz, también el sonido, al principio cuando pisas el suelo, al ser de fragmentos de ladrillo, hace ruido, pero la textura del firme se va suavizando hasta quedar reducida a polvo rojo que absorbe el sonido. Cuando aparece el silencio y la penumbra llegamos a las estelas en donde se focaliza la luz del día.
Es difícil explicar lo que se siente. Es como ver algo sagrado, un símbolo que sin palabras llega directo al corazón. Un espacio de reflexión profunda.
Luego seguimos la espiral, el suelo empieza a crujir, se espesa, cada vez entra más luz. El museo nos devuelve al mundo.
Pero nosotros ya no somos los mismos.