Simbolismo

La montaña y la liebre

Mi deseo para este año que acaba de empezar es seguir a la liebre y así poder entrar en la montaña.
Las montañas son mágicas. Todas las culturas, los pueblos, las aldeas tienen una de referencia, una sagrada en donde moran los dioses.

Son un símbolo, son la conjunción del cielo y la tierra, el lugar en donde lo de abajo sube para reunirse con lo divino que desciende. Es el retorno.

Pero no hay montaña sin caverna. La cueva es lo interior, su complemento, su forma invertida. La unión de los opuestos.

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Para penetrar en ella hay que encontrar la abertura que permanece abierta. Hay que seguir a la liebre, al animal que siempre mantiene los ojos abiertos.

montaña y liebre

Existe un grabado alquímico de Michelspascher ( 1616) que representa la montaña mágica donde se realiza la cópula entre cielo y la tierra, por eso Coniunction es el título de la lámina. Una escalera con siete escalones, en los que están inscritos los nombres de siete operaciones alquímicas, por ella se asciende hasta el templo que cobija la unión sagrada del rey y la reina. Bajo un techo coronado por un fénix, con los símbolos del sol y la luna, se hallan los esposos. El lugar se encuentra en el interior de la montaña, que a su vez se levanta en una isla en medio del mar del mundo. Allí residen los siete dioses planetarios, que representan los siete metales alquímicos, con Mercurio en su cumbre.

La rodean los símbolos del zodiaco, y desde sus esquinas la protegen los cuatro elementos.

Para entrar en la montaña y poder ver la unión mágica, debemos seguir a la liebre, animal que duerme de día y despierta en la noche, que busca el conocimiento de lo secreto, que representa lo intuitivo, la fecundidad creativa. Como en el grabado hemos de dejar de tener los ojos vendados para ver lo que sucede dentro de ella. 

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 Este año quiero tener el espíritu de la liebre y atreverme a entrar en lo profundo, a evitar lo superficial, a estar despierta. Solo así se puede descubrir el gran tesoro que encierra la montaña.

Durero. La Liebre. Acuarela

No hay que tener miedo.

Todo depende de la luz.

Es mediodía y hace mucho calor, pero qué poco importa. Siento que la batalla está apunto de empezar, miro el cielo y escucho, avanzo con mis compañeros hacia la colina en silencio. Sí, pronto empezará la carga y se oirán las detonaciones de los fusiles y de los cañones. Luego el olor a muerte y a pólvora tapará el sol.

carga

Es medianoche y hace mucho calor, pero que poco importa. Siento que la fiesta está a punto de empezar. Miro el cielo y escucho, avanzo con mis amigos hacia la colina entre risas. Sí, pronto empezaran los fuegos y se oirán las detonaciones de las bengalas y de los cohetes. Luego el olor a vida y a pólvora tapará la luna.

 

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 Todo depende de la luz. (Hamlet Lima Quintana)

 

Todo depende de la luz,de la manera de iluminar las cosas…Todo depende de la forma, de los contornos, de las interpolaciones y de las dudas.

Todo también depende de que el tiempo nos marque, de que los espacios nos den titulares. El verdadero problema es elegir entre perseguir las sombras o resignarse a ser el perseguido.

Un extraño «To be or not to be» en este casi ser, en este casi no ser. Salir de las sombras o hacer las sombras perdurables.

Y en la última etapa del abismo después de liberar a los otros, a todos los que son los otros, recordar, sin urgencias, que uno es el preso. Y a partir de allí liberarse.

 

Hamlet Lima Quintana (Buenos Aires,1923-2002). Poeta argentino.

 

Las carreras de cuadrigas: La tierra, el sol, el zodiaco…

Hace unos días visité la ciudad romana de Tarragona, está en muy buen estado aunque del circo apenas queda nada, pero se puede reconocer la forma que tenía y sus antiguas proporciones por la plaza y la disposición de las calles que lo circundan en la actualidad. El circo no era circular como podría pensarse, era elíptico y en él tenía lugar uno de los espectáculos que más público atraía que era el de las carreras de cuadrigas, seguro que  muchos de nosotros lo recordamos por la película de William Wyler «Ben Hur» y su famosa carrera.

Pero la historia verdadera va mucho más allá porque esas carreras eran una de las tradiciones más antiguas de la cultura romana que ya estaban documentadas  en el siglo  VIII a. C.

El espectáculo consistía en una competición de carros tirados por caballos, generalmente bigas (dos) o cuadrigas (cuatro). La carrera, la forma del edificio y los elementos que lo configuraban tenían una clara simbología religiosa.

La arena donde corrían simbolizaba la tierra; los carros, el sol; las siete vueltas que se daban en torno a la espina (muro interior que dividía longitudinalmente la pista en dos) a los siete días de la semana; los cuatro colores de las escuadras que participaban: el verde, el azul, el rojo y el blanco, a las cuatro estaciones (primavera, verano, otoño e invierno); mientras que los doce carros que participaban en la carrera simbolizaban los doce meses del año y los doce signos del zodíaco.

Era el culto al paso del tiempo, al año agrario. Era el ciclo de la vida y de la muerte.

El circo Máximo de Roma, en la época de Trajano, tenía una capacidad para 125.000 personas, mientras que el de Tarraco estaba entorno a las 25.000.

 

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Los aurigas fueron personajes muy populares que corrían por dinero y prestigio,; los caballos tenían nombre y también eran famosos. Dentro del Circo había tabernas donde se podía comprar comida o bebida así como lugares donde se hacían apuestas.

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Los espectáculos duraban todo el día, eran gratuitos y estaban financiados por ricos personajes que ocupaban cargos públicos en la ciudad o en la provincia.

A los aurigas que morían en la carrera se les homenajeaba erigiendo un monumento funerario en su honor.

Este relieve fue dedicado a Eutyches, auriga tarraconense que murió con 22 años.  La parte superior presenta su imagen sosteniendo una palma de la victoria en la mano izquierda y con el brazo derecho extendido.

La traducción sería  algo así:

Texto genérico, de parte de sus » dueños», en prosa:

 Al auriga Eutyches, de 22 años. Flauius Rufinus y Sempronia Diofanis a su siervo que bien lo merecía. Descansan en este sepulcro los restos de un auriga principiante bastante diestro,  sin embargo, en el manejo de las riendas. 

Texto puesto en boca del auriga , en verso:

Yo, que montaba ya sin miedo los carros tirados por cuatro caballos, no obtuve permiso, con todo, para conducir más que los de dos.                                                                                  Los hados, los crueles hados, a los que no es posible oponer resistencia, tuvieron celos de mi juventud. Y , al morir no me fue concedida la gloria del circo, para evitar que me llorara la fiel afición. Abrasaron mis entrañas malignos ardores, que los médicos no lograron vencer.                                                                                                                                                    Te ruego caminante, derrames flores sobre mis cenizas: tal vez tu me aplaudiste mientras vivía.

 

 

Lo roto. Kintsugi

«Hay una grieta en todo, así es como entra la luz». Leonard Cohen.

El Kintsugi es el arte de rescatar piezas rotas de porcelana con laca y oro puro. Es una técnica centenaria del Japón que repara los recipientes rotos convirtiéndolos en objetos aún más valiosos de lo que eran antes de romperse.

La tradición cuenta que se inició hace muchos años cuando los soldados japoneses volvían de las batallas exhibiendo orgullosos sus cicatrices, eso significaba que habían peleado y habían sobrevivido.

En Japón la porcelana no se tira, se arregla con oro, porque es más valioso un objeto que ha sufrido que uno que no.

 

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Es la exaltación de lo usado, de lo vivido.

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Es conservar y valorar lo que nos acompaña.

 

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Es una filosofía de vida, una manera de ver el mundo.

Es un poema de Piedad Bonnett:

No hay cicatriz, por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella,
algún dolor. Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son las costuras
de la memoria,
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas.

                                                                                               De Explicaciones no pedidas, 2011

 

Odilon Redon. El simbolismo fantástico

Odilon Redon (Burdeos 1840- París 1916) fue un pintor simbolista al que se le considera uno de los precursores del surrealismo.

En su obra lo corriente se convierte en excepcional y místico. Los mitos paganos conviven con el materialismo científico y los animales imaginarios se pasean entre piezas de maquinaria.

Redón hace el retrato del inconsciente, el dibujo de las imágenes de los sueños.

Sus personajes parecen tranquilos, pero intranquilizan. Esconden una historia, muchos sonríen, saben que guardan un secreto que nunca revelaran al que los observa.

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Hasta 1890 su pintura fue casi exclusivamente en blanco y negro, estuvo muy influido por Goya (que murió en Burdeos, su ciudad natal). A él le dedica varias de sus litografías inspiradas en las series de Los caprichos, Los desastres de la guerra y las pinturas negras.

 

 

 

 

Poco a poco, ya en la cincuentena, va llegando al color realizando acuarelas y óleos. Era un gran admirador de Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire y de Charles Darwin, de quienes ilustró varias publicaciones.

Su obra se mantuvo casi en el anonimato hasta que se publicó una novela de culto en 1884, “À rebours”,de Joris-Karl Huysmans, en la que aparece un aristócrata decadente que colecciona dibujos de Redon.

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«Toda mi originalidad consiste en dar vida, de una manera humana, a seres inverosímiles y hacerlos vivir según las leyes de lo verosímil, poniendo, dentro de lo posible, la lógica de lo visible al servicio de lo invisible».

«Mis dibujos inspiran, no se definen. No determinan nada. Ellos los colocan en el ambiguo mundo de la indeterminación. Se trata de una especie de metáfora».

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«¿Lo que distingue al artista del aficionado? Sólo el dolor que siente el artista. El aficionado busca sólo placer en el arte.»

 

Odilon Redón murió en París el 6 de julio de 1916.

 

 

 

La isla de los muertos de Arnold Böcklin

Hay pocas pinturas que a pesar de la armonía de su composición intranquilicen tanto a quien las contempla.

Los colores son suaves, el mar está en calma… Sí, una barca con una figura blanca estática, como amortajada, pero erecta se dirige a una isla, eso da que pensar.

Su autor Arnold Böcklin realizó cinco versiones del cuadro entre 1880 y 1886 de las que solo se conservan cuatro. Hitler adquirió la tercera versión en calidad de canciller del Reich y en un primer momento lo conservó en su casa de Berchtesgaden para luego colgarlo en la Cancillería. Ante él se retrató en una fotografía de prensa junto a Molotov, en aquella época ministro de asuntos exteriores de la Unión Soviética. Un año más tarde las tropas alemanas invadieron la URSS.

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La cuarta versión la adquirió el barón Von Thyssen, esta también se encontraba en Berlin hasta que desapareció durante la II Guerra Mundial dándose hoy en día por perdida.

Böcklin nunca dio explicaciones sobre su significado, el título: La isla de los muertos se lo debe a un marchante de arte.

Se dice de ella que influyó en Dali, De Chirico, Rubén Dario, Rilke, Rachmaninov. La obra se hizo tan popular que se reprodujo como litografía y que tanto Lenin como Herman Hesse habían tenido una de ellas decorando las paredes de sus casas.

No se sabe en que lugar se inspiró el autor para pintarla, algunos creen que fue en la isla de Isquia, otros que en la de Ponza o la de Kotor, incluso en el cementerio de los Ingleses de Florencia.

Lo cierto  es que aún sigue siendo fuente de inspiración en nuestros días.

En el cine: La isla Skull o de la Calavera, donde vive King Kong.

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En la película Furia de titanes (1981): Perseo cruzando el río Styx.

 

.Furia de titanes

En cómics como Martin Mystère:

Martin Mystere

O la versión del dibujante Milo Manara:

Isla de los muertos. Milo Manara

Incluso en la Diagonal de Barcelona, en el cruce con el Passeig de Sant Joan, hay un monumento a Verdaguer que se inspiró en La isla de los muertos como aseguraba Vidal-Folch:

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Es un cuadro que siempre me ha impresionado y me ha atraído a la vez, y no es por la barca, ni por Caronte ni por la extraña caja adornada que porta:
 
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Ahora lo sé. Es por los cipreses. En cualquier cementerio son los árboles los que cobijan y rodean a los muertos, pero en el cuadro de Böcklin: la isla, los hipogeos, los muros de piedra guardan y protegen a los cipreses. Todo se centra y se dirige a ellos como si fueran lo único vivo, lo único que importa.
 
bocklin
¿Qué tienen los otros árboles que no tenga yo?
Yo no soy triste,
lo que pasa es que todos me miráis con tristeza.
El ciprés del cementerio (Gloria Fuertes)